La última noche de Paquita y Laureano, una comedia sobre la eutanasia.
La última noche de Paquita y Laureano es el título del podcast radionovelesco que Marli Brosgen ha producido y cuyos 12 capítulos, con una duración de alrededor de 15 minutos cada uno, están siendo «emitidos» a través del portal de noticias sociales y culturales Escucha Madrid con una periodicidad semanal.
Escrita por Jesús Tíscar Jandra, que además pone voz al personaje de El Narrador, la radionovela está protagonizada por los actores Patricia Valle y Antonio Alcalde, quienes dan vida sonora, según el extracto argumentativo del libreto, a «el guasadrama de un matrimonio empoblachado al que el infortunio patológico coloca en la tósiga y un poco amarulense tesitura de la resignación o la despedida final».
¿Una radionovela humorística en torno a un tema tan sensible como la eutanasia? Sí, y no sólo porque el humor es un analgésico contra el drama: también porque es una vía tan lícita como cualquier otra para exponer o manifestar un punto de vista sosegado en la crispación que implica el debate social de asuntos como el de la muerte voluntaria.
Actriz y actores
Patricia Valle (Paquita)
Antonio Alcalde (Laureano)
Jesús Tíscar (Narrador)
Producción
Marli Brosgen
Texto, dirección y realización
Jesús Tíscar Jandra
CAPÍTULOS
Un vaso de cristal vulgar
Capítulo 1, titulado «Un vaso de cristal vulgar», donde se presenta a los personajes: Paquita y Laureano; el lugar en el que se desarrollan los hechos: la ficticia población de Fuendemoyas; la época: contemporánea; y el ambiente: la alcoba en cuyo lecho yace la inmovilizada Paquita junto a la mesilla de noche en la que reposa el vaso lleno del líquido letal que su esposo, Laureano, ha de acercarle a los labios para producirle la muerte voluntaria que ella reclama.
Mi mundo, tú
Capítulo 2, titulado «Mi mundo, tú», donde se narra cómo y dónde se conocieron Paquita y Laureano: en Fuendemoyas, su pueblo, en el cumpleaños del Minganilla, celebrado en el cocherón de la Categórica, cuando ambos eran ya «mocitos viejos», pero casi intactos, y sonaba una dulzona canción amorosa de Camilo Sesto que los uniría para siempre o hasta esta noche, posiblemente la última, en la que la inmovilizada y temperamental Paquita desea morir asistida por un Laureano indeciso, desmemoriado y torpón.
Hoja de parra
Capítulo 3, titulado «Hoja de parra», donde se narra, en una grabación algo «accidentada», por qué al Minganilla se le torció la vida, así como la manera correcta de tapar las orzas de alcaparrones y el comienzo del noviazgo de la pareja protagonista, que, mientras baila estrechamente a Camilo Sesto, dialoga sobre la conveniencia de dejar el pueblo, de buscar un futuro, otra forma de vida, de enamorarse, de marcharse del cocherón del Nijota y desplazarse a casa de Paquita para, en el somier crujetoso y bajo el crucifijo de un Expirante, demostrarse que ya no son unos chiquillos.
Un cuadro sin nombre
Capítulo 4, titulado «Un cuadro sin nombre», donde el Narrador y Laureano aprovechan que Paquita se ha quedado traspuesta para entablar una íntima conversación acerca del duro cometido que su amada esposa le ha encomendado, su muerte, y de las causas motivadoras de la depresión feroz que la tiene inmovilizada en la cama. Culpas, inocencias, traiciones, negruras del pasado… ¿Es Laureano, en el fondo de su cazurrería, un desalmado machista con careta de cipotón?
Llega un caballo
Capítulo 5, titulado «Llega un caballo», donde el matrimonio protagonista asiste al lamentable espectáculo de un Narrador frustrado, malgeñúo, enojado por haber sido duramente reprendido por las altas esferas de la producción de la radionovela, y que, en consecuencia, reclama un serial a la antigua, con sus dos medios cocos para hacer el caballo, lo que provoca que Paquita y Laureano, desmadrados, se olviden de su drama, de su eutanasia, de su desgarro, y dediquen sus energías de madrugada a chotearse del director sin miramiento alguno. También se descubre que la simiente de Laureano está «más aguachiná que el vino del tío Tortugo».
Misericordia ancestral
Capítulo 6, titulada «Misericordia ancestral», donde, a través de la analepsis, qué bonito, la analepsis, los personajes se trasladan al día en que Paquita le comunicó a Laureano sus deseos de morir asistidamente por él y cómo su marido, aterrado, hace que no ha oído nada y se entrega a una hiperactividad absurda y a una verborragia tontaca en la que la toma con la Pipirrana, la muchacha del pueblo que les ayuda en la casa, y donde, además, la sombra de una huelga de guionistas planea sobre la producción de la editorial Marli Brosgen como un pajarraquísimo estorbo para el buen fluir de los acontecimientos narrativos encaminados a que esta mujer, cuyo nombre de Paquita ya resuena en todas las mantequerías del mundo, obtenga su ansiado y digno fallecimiento.
Don Pedro Antonio, el veterinario
Capítulo 7 de La última noche de Paquita y Laureano, titulado Don Pedro Antonio, el veterinario, donde se narra cómo Laureano Perea Berzales, a sabiendas de que ese hombre ha estado enamorado de su Paquita García Manguzo toda su vida, va a verlo a la taberna del Tío Tortugo, establecimiento en el que el cacique de Fuendemoyas desayuna cada mañana sus torreznos y sus cosas, para pedirle el dramático favor de un frasco de veneno, el pentobarbital, con el que el profesional de la veterinaria sacrifica a los animales cuyo mal no tiene solución.
Buenos para arder
Capítulo 8 …y donde, con el fantasma quiá, eeeehhhh, quiá, eeeehhhh, de Los santos inocentes, quiá, eeeehhhh, se cuenta, se valora y se debate sobre la figura de don Pedro Antonio, eeeehhhh, quiá, el veterinario, ¿héroe o villano?, ¿cacique o demócrata?, ¿altruista o interesado?, ¿enamorado o tunantón?, ¿coherente o pinchapollas? Y en el que se pone de parto la mula de Juanaco el Católico, a la que habrá que hacerle la cesárea porque trae en su vientre un fenómeno, y se apunta la posibilidad de que don Pedro Antonio sólo actúa por el interés, que te quiero Andrés, a la hora de proporcionar el pentobarbital que acabará con la vida de la mujer a la que… ¿amó? ¿O se aprovechó de ella como se aprovechan los grandísimos ruines que mangonean los municipios?
Un milagro
Capítulo 9, titulado «Un milagro», donde, de manera caciquil, se intenta vetar al personaje de don Pedro Antonio, por cacique, y entre Paquita y el Narrador se desata una tormenta de prejuicios de clase y de observaciones sobre los comportamientos política y socialmente deplorables en tanto Laureano está a lo suyo, a sus dudas, incógnitas e ignorancias, el hombre, llegando la situación a unos límites de los que la producción de la radionovela se avergüenza, una vez más, si bien con ellos se demuestra que los fenómenos paranormales, o los milagros, de cuando en vez se dan, y donde suena una de las canciones más impecables y gloriosas que, de autor anónimo, se han compuesto jamás: La hija de Juan Simón.
El monólogo de Paquita
Capítulo 10, titulado «El monólogo de Paquita», el sorprendente monólogo de Paquita, quien, aprovechando que el Narrador y su marido, Laureano, duermen su agotamiento y su ya medio chuchurria y que suena de fondo Shine on you crazy diamond, de Pink Floyd, se sirve del micrófono abierto para revelarnos las trastiendas, rincones, recovecos, desvanes, techos y solerías de su auténtica personalidad. Los pecados de su biografía de mujer valiente y tunantona. Y la mentira. La mentira, sí, la mentira.
Llega la hora
Capítulo 11, titulado «Llega la hora», donde Laureano, tomándola por la nuca, ayuda a Paquita a levantar la cabeza para que pueda beberse el alivio de sus sufrimientos. Lo hace muy despacito, con mucha ternura, como si se dispusiera a besarla dulcemente en los labios para darle los buenos días. Pero está llorando. Lágrimas mansas. Laureano: «Bebe, mi vida. Bebe y sigue durmiendo. Que, cuando despiertes, yo estaré aquí». Paquita: «Dame la mano, no quiero perderme».
Vaya usted con Dios
Capítulo 12 y último, titulado Vaya usted con Dios, donde Paquita, con el pentobarbital en el estómago y la breve agonía en espera, se niega a darle un beso muy fuerte a Mari Rosi, la hermana difunta de Laureano, cuando se encuentre con ella en el Cielo, tal y como el hombre le pide, porque la verdad es que, en vida, las cuñadas no se podían ni ver, ni ver se podían las cuñadas, ni ver, y donde, entre pajarillos de alboreá y tictaces de reloj digital, pasan los minutos que el líquido letal necesita para cancelar la vida de un personaje que, con el tiempo, pasará a formar parte de la grandeza del olvido. O eso esperamos…